Desembocadura.

   Miro fuera de mí, aunque toda búsqueda es el espejismo de un viejo y póstumo laberinto de preguntas. Las salidas ya solo son puertas que conducen al ataúd de nuestros ideales. No queda quietud que silencie el lamento de los que rehusamos salvar, aquellos cuya voz todavía se escucha en el canto sin vida del pasado. Porque cuando incineramos el futuro de quienes un día nos traicionaron, infectamos todos los caminos. Y su adiós se convirtió en la bandera que nos haría caer al túnel de la verdad, a esa zona donde huellas y sino dan forma al presente.
   Los rayos inciden sobre el suelo como bengalas de fuego inerte que tratan de cazar a las marionetas de la codicia. El sol fue el único testigo de nuestras manos prendiendo los años, los rostros, la envidia de los eternamente insatisfechos. Él contempló cuán hondo cavamos la tumba de unos sueños que no nos pertenecían. Y hoy, el tormento sembrado meses atrás, ese que grita en los oídos del cielo, amenaza con depositar en nosotros la semilla del arrepentimiento que no brotó mientras alimentábamos la desgracia.
   El día habla a través de los fantasmas: escribimos nuestro final al derramar sangre en el lienzo del tiempo.


Ruby Atlas ©


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